La familia más numerosa descendiente de la primera generación en Chile, se desarrolló en la subida Lecheros del cerro Barón, a dos cuadras del ascensor. Los Fortuny tenían una lavandería en el cerro Los Placeres y eran muy amigos de Francisco Collado Santolaria. La amistad se acabó cuando José Fortuny sorprendió a su amigo cuarentón Francisco en un «affaire» con su hija de 14 años.

Fue una familia donde sobrevivieron ocho de más de 15 nacidos vivos y donde el padre, por la gran diferencia de edad ya señalada con la madre, faltó prematuramente, cuando el mayor de los hijos, Francisco, tenía algo más de 20 años.
Su viuda María, acogió también al poco tiempo, a hijos de su cuñado Sebastián Collado Santolaria, nuevamente enviudado. Así, la familia a ratos crecía sumando más de 10 integrantes.
Los Collado Fortuny fueron una familia «achoclonada», de muchos integrantes, que vivían a ratos apretados, con pocos medios y mucha solidaridad y generosidad. Amables, sencillos, alegres, responsables y honestos, amantes de la convivencia social y compartir, la guitarra y el buen beber, dieron origen a una gran familia que hoy se dispersa por Chile y parte del orbe.
Participaban en casi todos en los carnavales y fiestas de «La Primavera» y de «La Challa». Elisabeth, la menor, fue Reina de la Primavera. En casa se hablaba mucho catalán y se usaban muchos refranes para cosas de la vida diaria
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Francisco, el mayor de los hijos, contribuyó generosamente al sustento de la economía familiar y la crianza de los hermanos menores. Alcanzó renombre como industrial de la zona de Olmué, iniciándose con una granja avícola. Luego fue impulsor del desarrollo turístico de la zona con la Hostería Llacolén, liquidada en 1995 luego de su muerte, negocio familiar que siempre evoca importantes recuerdos a muchos descendientes de los Collado. La marca vive en poder de Francisco Collado Arriagada, su hijo mayor.
Parte de los descendientes de los Collado Fortuny gustan de usar la boina, hoy traídas por los numerosos parientes que regularmente viajan a la madre tierra, como recuerdo cariñoso de sus ancestros.
También quedan los recuerdos compartidos de esos tiempos sencillos y la satisfacción de reconocer que mérito de esos esforzados padres y abuelos que no les fue fácil su vida de emigrantes, muchos de sus nietos, bisnietos y tátaranietos gozan de otro pasar y son ciudadanos del mundo.
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